SOBRE EL PROYECTO
Esta proyecto nace de una pregunta que me acompaña desde hace años: ¿qué significa pertenecer a un lugar? ¿Qué constituye ese vínculo invisible que nos hace sentir parte de un territorio, de su clima, de su memoria, de su historia? Siento que esa emoción (o sensación) no es natural en mi, tal vez arrebatada por el exilio que marcó mi infancia y que interrumpió el derecho natural de habitar un espacio y de reconocerme en él. Desde esa falta, desde esa discontinuidad, surge la necesidad de construir —o tal vez reconstruir— un sentido de pertenencia a través del relato, la observación y la experiencia sensible del territorio.
Lonquimay se ha vuelto el centro de esta búsqueda. Un territorio de contrastes, donde la dureza del clima y la soledad se entrelazan con la fuerza simbólica de quienes lo habitan. Allí el frío, el viento resistencia. En mi acercamiento, me interesa comprender cómo ese territorio, atravesado por una triste historia territorial de despojo y resistencia, configura un modo de estar en el mundo, un modo de sentir y de habitar.
El proyecto propone un diálogo entre el cuerpo, la materia y el mapa. Busco tensionar las nociones de orientación y desorientación, de adentro y afuera, de límite y apertura. La cartografía se convierte en una trama simbólica: un espacio donde se cruzan los caminos del arte, la memoria y la identidad. El mapa, en este contexto, no es una imagen neutra: es un objeto de poder, un instrumento de control que definió fronteras, administró recursos y restringió la movilidad de los pueblos originarios. En mi obra, me interesa desorientar ese lenguaje. Desarmar la cartografía como representación de dominio y reconstruirla como una trama sensible, abierta y viva. Frente a la rigidez de las líneas y coordenadas impuestas, propongo el gesto de tramar: un acto manual, colectivo y poético que devuelve al territorio su dimensión humana y simbólica.
Trabajo con materiales del contexto rural —tela, madera, clavos, carbón, ceniza, lana, hilo, agujas, aserrín, cartón, óxido, tierra, latas— sometidos al clima del sur. Las piezas son expuestas a la lluvia, a la nieve y al viento, permitiendo que el territorio mismo intervenga la obra. Los colores — amarillos, azules y negros— emergen del paisaje de Lonquimay y de su energía contrastante. En este proceso, convergen lenguajes del arte gráfico, el grabado y la pintura, con intervenciones textiles inspiradas en el telar mapuche: la urdimbre y el entramado se vuelven metáforas del pensar y del sentir el territorio.
A través de talleres y conversaciones con la comunidad, recojo relatos, gestos y fragmentos de memoria que luego se traducen en bocetos, impresiones y tejidos. Cada pieza es el resultado de un diálogo: entre mi historia y la de quienes habitan Lonquimay, entre lo material y lo simbólico, entre la huella del cuerpo y la del paisaje.
(des)orientaciones cartográficas / Tramar la pertinencia es una forma de mapear lo intangible. Es un intento por entrelazar la experiencia personal del desarraigo con la persistencia de la memoria colectiva; una manera de volver a orientarme, no a través de coordenadas geográficas, sino mediante las huellas que dejan las manos, los materiales y el tiempo sobre las superficies. Es, finalmente, un gesto de reconocimiento: tramar para pertenecer. Un intento por comprender que pertenecer no es poseer, sino habitar, no es trazar fronteras, sino reconocer las conexiones invisibles que nos sostienen.
- Valentina Navarrete-Barba